No soy monárquico. Nací y crecí en una pequeña república, donde las grandes tradiciones europeas sobre la realeza dejaron de existir hace dos siglos. Sin embargo, al haber vivido por un lustro en una de las capitales europeas algo de aquella tradición me marcó involuntariamente. Un rey europeo me confirió el título académico de Doctor. Reza mi título que el ya abdicado rey, Juan Carlos I, Rey de España, y en su nombre el rector de la Universidad Carlos III de Madrid me confieren el citado grado académico.
Resulta cuando menos curioso poseer un pedazo de papel que lleva estampado el nombre de un monarca. También, me resultó rarísimo el momento cuando al finalizar la presentación final de la tesis, el director del tribunal se me acercara y me pusiera un manto dorado. No recuerdo qué dije, pero a manera de broma, mientras me ajustaba al cuello el manto me dijo: ten calma que aún falta más. Alguien le pasó un birrete medieval. Y al mismo tiempo que lo levantaba sobre mi cabeza, profirió unas palabras que decían algo así como que en nombre del rector de la universidad me otorgaba el título de doctor por la Universidad Carlos III de Madrid. Con un poco de presión me empotró aquel arcaico artilugio, surgido de las universidades medievales, en la cabeza.
Como dije, para alguien que creció en una república todo aquello era extraño. Fue casi como un pequeño acto de coronación, una pequeña absurda réplica de la entronización de un rey. Un pedazo de la tradición aristocrática trasladada a la plebe.
No soy antimonárquico. Durante ya casi dos décadas he gozado de la amistad de personas que se inclinan por sistemas de gobierno que excluyen las viejas aristocracias europeas. Alguno de ellos es un pleno convencido de que las monarquías son nada menos que parásitos de la sociedad. Sin embargo, si algo he aprendido en esta vida es a respetar a las personas y sus tradiciones. No todas las tradiciones son respetables pero aquellas que, como es el caso de las monarquías, no representan ningún daño a la humanidad nos queda la esperanzara de que algún día desaparecerán.