Es el profesor más longevo de la facultad. He visto como el jefe de su unidad, en su cara, bromeaba sobre su edad. Con descaro, sin disimular la falta de respeto, le comparaba con el matusalén de la biblia, quien se dice vivió 969 años. Nunca me he atrevido a preguntarle su edad. Algunos dicen que es ya nonagenario, yo estimo que aún es octogenario. De cualquier manera, recuerdo una conversación que tuvimos en la cafetería. Me recriminó que hubiese abanderado el sentimiento contra los profesores ya jubilados y recontratados, que son muchos.
Durante mi participación en las elecciones del pasado septiembre, mis adversarios machacaron en los profesores el discurso del miedo. Aquél que decía que un joven al frente de la facultad iba a despedir a los viejos. Aclaré a mi colega, quien había sido víctima de aquel bulo, que no fui yo quien originó toda aquella desinformación. Que simplemente él se había tragado el cuento del miedo.
El discurso del miedo es una buena herramienta para mover votantes. Tomando como ejemplo el reciente referéndum del Reino Unido, los viejos fueron persuadidos, entre otras cosas, de que los extranjeros provenientes de Europa amenazaban la existencia misma de la nación. Por otra parte, los jóvenes que saben y aspiran vivir en un mundo más interconectado no se tragaron aquella píldora. La diferencia entre el voto joven y el voto viejo fue muy marcada. Ganó el conservadurismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario