Hay algo de especial en estos vientos, éstos que antes llamábamos vientos de octubre y que ahora los tenemos con todo su esplendor en el mes de noviembre. Para mi representan siempre el fin del año escolar, sea éste universitario, bachillerato o educación básica. Al mismo tiempo, hay algo de mágico y de nostálgico en la época. Por una parte, pone nuestra mirada en las grandes fiestas de navidad y fin de año. Por otra parte, pone nuestro ojos en los logros alcanzados durante el año.
¿Qué conseguimos este año? Para un estudiante universitario debería de ser motivo de orgullo el haber aprobado todas las asignaturas. Debe ser motivo de satisfacción el sentir que ha realizado su parte: su compromiso personal, con sus padres, con la universidad y con la sociedad. Para la institución llamada universidad también debería de ser motivo de orgullo el ver el éxito alcanzado por los jóvenes que acuden a ella. Al mismo tiempo debe ser motivo de preocupación el ver que muchos no consiguen progresar en sus carreras. Esa preocupación debería motivarla siempre a buscar soluciones que maximicen el rendimiento del estudiante y que eleven sus niveles de aprendizaje.
Con este nuevo fin de ciclo y fin de año, nos preguntamos ¿Ha cumplido nuestra institución su papel de conducir a su juventud al éxito? ¿Han estado a la altura las autoridades? Como profesor me hago esta pregunta recurrente: ¿Lo he hecho bien este año?
Mucho habrá para reflexionar y mucho por mejorar, no nos cabe duda.
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