Fue
quizá una de sus pocas subidas de tono. La histeria colectiva
parecía posesionarse de muchos de los seguidores de Donal Trump. El
insulto parecía no tener límites. Se arremetía contra la herencia
mexicana de un juez, se denigraba a la mujer, se atacaba una de las
cosas más laicamente sagradas: la familia de un soldado caído en
combate. En general, se había perdido uno de los frenos sociales más
importantes: el sentido de la vergüenza. Fue en ese contexto tan
tenso que Hillary Clinton llamó deplorables a los seguidores de su
adversario.
Esta
semana tuve la oportunidad de conocer a un deplorable. No era un
redneck, término despectivo por el que se llamaba a los
trabajadores agrícolas de raza blanca. Era un ingeniero de
telecomunicaciones que, ya jubilado, había trabajado para el
proyecto Apolo que puso al primer hombre en la Luna. Este ingeniero
hizo su carrera en el ejército americano y su vida gremial la
enriqueció con el trabajo voluntario que demanda el instituto de
ingenieros en electricidad y electrónica.
Durante
la cena, por azares de la vida, nos sentamos uno al lado del otro. El
tema del nuevo presidente electo había sido un tema recurrente. No
pasó mucho tiempo para que apareciera sobre la mesa. No creo haber
estado combativo en la conversación. Todo lo contrario, mantuve
mucha curiosidad en saber cómo una persona con tanta educación,
tanto roce internacional, se decantaba por alguien como el señor del
pelo postizo. Hablamos muchos temas, la OTAN, Japón, Rusia, el
estado del bienestar, el presidente Obama y, también, platicamos
sobre su muy admirado presidente Reagan. De lo hablado quedó patente
su desprecio por los últimos tres presidentes demócratas: Obama,
Bill y el señor de la granja de cacahuetes. Por cierto, sobre éste
último no recordaba su nombre. Intervine para recordarle que se
refería al presidente Jimmy Carter.
La
pregunta aún resuena en los oídos de muchos: ¿Cómo fue posible?
¿Cómo los americanos pudieron elegir al señor que presume de
agarrar a las mujeres por la vagina? Me respondo diciéndome de una
manera simple y directa: mira a tu alrededor, mira los líderes que
tienes cerca de tí ¿Son ellos los mejores candidatos? La respuesta
es NO.
Pues la respuesta es fácil y puede resumirse en varias formas. En este circo de las elecciones gana el payaso más grande; o, los líderes son el vivo reflejo de su pueblo; o, el poder pertenece a los que lo toman. En nuestro caso, por ejemplo, el salvadoreño se queja de sus gobernantes corruptos y no acepta que son igual o más corruptos, porque al menos los políticos se venden por miles o más, y el salvadoreño común, lo hace por $10 o menos, y no por necesidad, sino porque es "buzo".
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