El filósofo vasco Fernando Sabater publicó hace pocos días un ensayo defendiendo el ocio. En su ensayo hacía referencia a la peculiar necesidad de disculpar cualquier palabra que haga referencia a la interrupción del trabajo: sana diversión, merecidas vacaciones, descanso reparador, etcétera. Esos matices a los sinónimos del ocio tienen por objetivo no escandalizar a aquellos moralistas que asocian el ocio con vagancia.
Si nos atenemos a la tradición judeo-cristiana el trabajo se instauró como castigo: "Te ganarás el pan con el sudor de tu frente". Sin embargo, las clases más conservadoras predican la moral del trabajo como si éste hubiese sido alguna vez beatificado.
Recuerdo aquella conversación que tuve hace ya muchísimos años con una colega. Me comentó una anécdota sin importancia pero que ilustra nuestra concepción sobre el ocio. Paseando por un centro comercial, a la distancia, vio como un grupo de estudiantes la evitaba. Su reflexión no pudo ser más acertada: ¿Porqué debería avergonzar a un joven el no estar estudiando en vacaciones? Aquella reflexión me quedó muy gravada en la memoria. No hay nada de malo en disfrutar del ocio. Irse, marcharse lejos puede ser una opción pero para aquellos que no pueden, pues, viajen dentro del interior de su cuarto y reflexionen sobre esta y única vida.
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