Uno de nuestros ex-alumnos solía contar el sentimiento de tener acreditada ya su profesión. Su manera de describir el poseer un título de ingeniero de la Universidad de El Salvador me sorprendió mucho. Obtenerlo le llevó nueve años. Decirlo de esa manera parecería de que hablásemos de un mal estudiante, uno que por vago se retrasó en sus estudios. Nada que ver. Fue uno de los mejores. Su éxito académico lo situaba en la cumbre, dentro del 4% que consiguen el título en menos de nueve años.
Cada vez que acariciaba aquel valioso trozo de papel y lo ponía sobre una mesa tenía la ocurrencia de que la mesa colapsaría por el peso de aquel tremendo diploma. Sin embargo, en la medida que pasaba el tiempo y él no encontraba trabajo, aquel título parecía menos valioso. Menos pesado, menos propenso a aplastar mesas.
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ResponderEliminarHola Nairobi, muchas gracias por compartir el relato de Alicia en el país de las maravillas. Todos o casi todos queremos presumir de tener las metas claras, el relato, a mi entender, desmonta esa presunción. Nuevamente, muchas gracias.
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