No puedo recordar con precisión el año. Supongo que habrá sido 1995 o 1996. Me encontraba dentro del desvencijado edificio administrativo de la FIA. Estaba apoyando el proceso de inscripción de asignaturas. Del otro lado, afuera, al sol, había una interminable fila de estudiantes. Todos intentaban inscribir. Todos tenían que presentar la misma documentación. Sin embargo, la monotonía de aquel proceso la interrumpió un estudiante diferente. Aparentaba una edad superior al promedio. Dentro de la documentación que lleva encima había una que lo acreditaba como receptor de una beca. Era una beca de desmovilizado de guerra. Era un excombatiente del FMLN. Iba de manga larga, se notaba que intentaba disimular la falta de uno de sus brazos. Intercambiamos algunas pocas palabras y continué con mi rutina.
Fotografía del edificio administrativo, FIA 1995.
Me quedé pensando en aquél hombre y sus sueños de ser ingeniero o arquitecto. Para ser sincero, no le di muchas posibilidades de poder progresar en un sistema educativo como el de la FIA. Y así fue, ya no volví a verle más.
Tal como veo que funcionan los pocos programas de becas en El Salvador, es evidente el desinterés por darle seguimiento al desempeño del becario. Los programas de becas, de alguna manera, son programas de inversión en capital humano. Con factor de riesgo incluido. Minimizar el riesgo de que fracase el becario es una tarea que no debe de ignorarse. De lo contrario mucho de ese capital se irá a fondo perdido. El becario, al igual que todos los jóvenes que van a estudiar o se encuentra estudiando una carrera, requiere de asesoría. Con ello se facilitaría el proceso que le conduciría a finalizar sus estudios con éxito.
Nunca sabré cual fue el destino de aquel excombatiente. Lo que si sé es que poco o nada pudimos hacer por ayudarle a convertir en realidad su sueño.
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