Era un enorme e intimidante ruido que lo inundaba todo. Era muy parecido al sonido que genera el equipo de soldadura eléctrica, pero amplificado miles de veces. Era evidente que aquel ruido no podría ser otra cosa que algún tipo de falla del sistema eléctrico. Era tan estruendoso que inquietaba y robaba la tranquilidad de cualquiera que estuviese a su alcance. Me dirigí a la zona sur de la segunda planta de mi edificio, la Escuela de Ingeniería Eléctrica. Desde una pequeña sala donde se celebran reuniones intenté orientarme e identificar el origen de aquel continuo y casi armónico estruendo.
Casi al mismo tiempo que supe de donde venía el ruido recordé que en una de las gavetas de mi escritorio tenía una cámara. Cogí la cámara y me dirigí al lugar donde se estaba originando el corto circuito.
Aquella falla ha quedado grabada en la memoria de muchos de los que tenemos interés en la electricidad. Un accidente de esas proporciones debería ser la pesadilla de todos aquellos que se dedican a la profesión de distribuir energía eléctrica. Esta semana, con la muerte de un matrimonio, hemos constatado lo trágico que puede ser tener mal dimensionado el sistema de protecciones de las líneas de distribución.
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