Hace un par de días tuve a pocos metros de mi al candidato a la presidencia de España por el partido Podemos. Fue en el aeropuerto de Madrid. Acabábamos, mi mujer y yo, de bajar de un vuelo de diez horas y estábamos buscando la puerta de embarque para el segundo vuelo, que nos llevaría a nuestro destino final. De repente vi esa figura enclenque, con pelo desaliñado y rodeado de un pequeño grupo de hombres. Vestía un abrigo verde tan ajustado que le hacía parecer un embutido andante. Noté que a pesar de ser una figura muy conocida, hacía un esfuerzo por pasar desapercibido y, al mismo tiempo, la gente respetaba eso. Nada de detenerle, nada de selfies.
Portada de la revista eljueves.
Pablo Iglesias irrumpió en escena apenas el año pasado. Su pasado político le viene de familia. Su militancia comunista data desde sus primeros años de adolescencia. De adulto combinó su trabajo como profesor de ciencias políticas y experimentos con programas de debate político, emitidos, sobre todo, por Internet. Su rápido ascenso y su agresividad verbal han puesto a muchos de los nervios.
El día de ayer fue cierre de campaña. Casi todos los partidos decidieron hacerlo en la capital, Madrid. Sin embargo, el partido PODEMOS lo hizo aquí en Valencia. Por curiosidad, mi mujer y yo nos acercamos al lugar del meeting. No pudimos entrar había un lleno total del lugar, un estadio de baloncesto. Nos quedamos un rato viendo lo que sucedía dentro a través de una pantalla gigante. A diferencia de cómo se vive en El Salvador, aquí todo es menos apasionado, menos ruidoso. Poca gente suele llevar la camiseta del partido y, mucho menos, maquillarse la cara con sus colores.
Nuestra experiencia duró poco, como siempre me pasa: me aburrí. Aquellos eventos, políticos o religiosos, donde las masas son tratadas como borregos por unos y por otros, suelen incomodarme. Cogimos el autobús y nos venimos a cenar a casa de unos amigos.
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