Fue un día cualquiera. Un estudiante se me acercó a pedirme información sobre las facturas de electricidad de nuestra universidad. Como no tenía las más recientes aproveché para invitarle a que fuéramos a solicitarlas. El proceso duró un par de horas y me dio tiempo para preguntarle sobre su nuevo trabajo. Me comentó que recién lo había abandonado. Estuvo ahí poco más de dos meses. El primero, lo empezó cobrando algo muy cercano al mínimo del sector comercio, unos US$250. El siguiente mes no cobró nada. El día de pago no recibió nada. Como explicación le dijeron que al estar en los meses de prueba aquello era "normal". Normal no cobrar tu salario.
Oír ese tipo de anécdotas produce una mezcla de emociones: rabia e impotencia son algunas de ellas. Por una parte, tenemos a los empresarios que tienen instaurada una cultura de desprecio al trabajador y a su salario. Por otra parte, están los mismos empleados que se rigen bajo el código: Si eres nuevo tienes que "pagar derecho de piso".
Durante mi conversación con aquel joven era fácil darse cuenta de que por mejor cualificación que tenga un profesional, pues, si se le paga mal, éste dará de si el mínimo. Bastó un mes para que se diera cuenta de que no importaba su esfuerzo, su empeño, su dedicación. La cultura de trabajo instaurada era aprovecharse del que está debajo y, únicamente, frente al jefe, pretender que se trabaja.