Fue, quizá, más o menos, durante los primeros meses de 2007. Con mis compañeros de doctorado, todos extranjeros, bajamos desde nuestros laboratorios hasta la planta baja para emitir nuestro voto. Fueron las elecciones que condujeron a Daniel Sánchez Peña al puesto de rector de la Universidad Carlos III de Madrid. Con un poco de mordacidad, recuerdo haberle gastado una broma a uno de mis compañeros. Le espeté a la cara: Estas son las primeras elecciones limpias en las que participas. Creo que no le hizo mucha gracia mi broma, pero en el fondo reconoció que en su país de origen poco se sabía sobre elecciones transparentes.
No puedo recordar con precisión los detalles de la legislación electoral de aquella universidad. Tampoco, es de interés para esta publicación. Sin embargo, el resultado de la elección se supo el mismo día. Participaban profesores, estudiantes y trabajadores. El voto era ponderado, cada uno contribuía con un porcentaje. Cada universidad pública en España tiene sus matices para elegir rector. Pero, en casi todas, subyace un denominador común, participan casi todos lo miembros de la comunidad y prima el voto de los catedráticos. Los catedráticos no son más que profesores que, en la jerarquía burocrática universitaria, han alcanzado la posición más alta, generalmente es en base a mérito.
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