Mi primera estancia en España fue como estudiante de intercambio y la realicé en la Universidad de Almería, el programa nos hospedó en un albergue administrado por el gobierno andaluz, la Junta de Andalucía. Nuestro grupo de becarios estaba conformado por estudiantes y por profesores de universidades latinoamericanas. A los que íbamos bajo la categoría de estudiantes nos metieron en habitaciones compartidas. A los profesores les dieron habitación individual. El albergue era un proyecto del gobierno andaluz que subsidiaba la vivienda a estudiantes y, además, daba acogida a estudiantes y a profesores visitantes.
Campus de la Universidad de Almería, España.
Además de los estudiantes andaluces identifiqué entre los huéspedes a un grupo de jóvenes africanos. Al igual que los que habíamos llegado procedentes de la américa hispana los africanos se movían también dentro de su propia tribu. En general los jóvenes andaluces fueron muy abiertos y amigables. Para el corto tiempo que nos movimos entre ellos recuerdo que pudimos entablar empatía con muchos de ellos. Sin embargo, noté que el grupo de jóvenes africanos lo tenía más difícil. Su comportamiento era más huraño y la barrera del idioma hacía mucho más difícil entablar un tema de conversación. Ellos no tenían vínculo alguno con la universidad y nuestros esporádicos encuentros se reducían al comedor o a algunos de los salones destinados a la recreación.
A manera de detalle había llevado conmigo algunos souvenir que pensé regalar a mis colegas españoles. Desde El Salvador, llevé conmigo llaveros y algunas muestras de artesanía en madera. Mi idea era ofrecerlos como símbolo de amistad a mis colegas universitarios, pues, después de todo, estaban obligados a recibirnos y a atendernos como sus iguales. Sin embargo, transcurrieron las semanas y la empatía con ellos nunca floreció. Los profesores y los becarios se mostraron siempre muy ocupados. Fueron siempre muy educados pero nunca tuvieron tiempo, como tampoco la curiosidad, de conocernos y ni mucho menos de echar a andar algún plan de trabajo. Básicamente nos abandonaron a nuestra suerte.
Quizá fue el hecho de ver que se agotaba el tiempo de mi estancia en el albergue y que volvería a El Salvador lo que me hizo acercarme al grupo de jóvenes africanos. Les pregunté de dónde eran y que hacían ahí. Me resultó difícil entender su historia, mi bajo nivel de inglés y su fuerte acento africano hicieron casi imposible el que yo pudiese entender un concepto nuevo: el del joven inmigrante ilegal africano. En un principio ni ellos ni yo encontrabamos un punto en común sobre qué hablar. Uno de ellos, originario de Liberia, fue el que se mostró más desinhibido al hablar. Recordé que de ese país era originario uno de los grandes futbolistas de ese año. Aún puedo recordar como sus ojos se crecieron y se hicieron más brillantes cuando me oyó pronunciar el nombre de su ídolo, George Weah.
Mientras conversaba recordé que llevaba encima mis souvenir. Sin dudarlo les regalé todos los recuerdos que en un principio había pensado regalar a mis compañeros españoles. Nunca volví a saber más de los jóvenes africanos como tampoco de mis colegas almeriences. Poco después de hablar con ellos fueron trasladados a otro sitio. Nunca supe si fueron deportados a sus países o si se les confirió algún tipo de residencia en España. Simplemente desaparecieron y pasaron a formar parte de mis recuerdos por tierras andaluzas.
Muy interesante esta historia Doc. Saludos!!
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