Suelo presumir de lo poco que me afecta el jet lag, es decir, el ajustar el reloj biológico al cambio de hora cuando se realiza un viaje de avión con muchos usos horarios. Mi técnica consiste en conseguir dormir lo más posible durante el viaje. Pero nadie en su sano juicio debería de presumir de superpoderes, capaces de controlar la biología de su propio cuerpo. Y ahí, el segundo día después de haber cruzado el atlántico, echado en el sofá me encontraba viendo la tele junto a mi suegro, mientras salían las noticias, yo luchaba por mantenerme despierto. Luchaba por mantener el control de mi cerebro, parte de él simplemente se apagaba. Una pequeña parte del cerebro hacia un esfuerzo enorme por concentrarse en el telediario de la noche. En medio de esa batalla, oí que mi suegro gritaba señalándome la tele: ahí está tu amigo. Al no observar respuesta en mi, pero identificando algunos signos vitales que daban muestra que estaba con vida, volvió a la carga, tratando de llamar mi atención me espetó: oye, ahí está tu amigo.
Mi amigo, según mi suegro, el de la tele, era Pablo Iglesias o como se le conoce en casa: El Coletas. Pablo Iglesias es el fundador, actual secretario general, amo y señor del partido de izquierda llamado Podemos. Pablo y su partido irrumpieron en 2015 representando una izquierda joven, populista, beligerante y, quizá, demagoga. Su movimiento, como fenómeno social, me sorprendió mucho. Tanto que, aprovechando mi estancia en España durante las navidades de 2015, habiendo elecciones presidenciales, le pedí a mi mujer me acompañase a un mitin de Podemos. De aquello hace ya dos años. De aquella fecha a esta parte mucho ha cambiado el escenario político español. Por una parte, mi amigo, como me lo etiquetó mi suegro, se ha consolidado como actor político. Por otra parte, los problemas de actualidad de la sociedad española son muy diferentes.
En 2015 el tema de primera plana era la corrupción, el desempleo y la irrupción de dos nuevos movimientos políticos, liderados por treintañeros. Hoy, en 2017, el tema principal es el nacionalismo catalán. Y no es para menos, de su solución dependerá que mejore la convivencia de los ciudadanos que conforman este país.
Al igual que hace dos años, llego a España en medio de unas elecciones. Estas no son generales sino locales, celebradas de manera forzada en la comunidad autonómica de Cataluña. Sin embargo, la cobertura mediática equivale a las de unas elecciones generales. El sentimiento que me encuentro aquí en casa es de enfado hacia los nacionalistas catalanes. Un enfado que no escucha razones. Un enfado, diría yo, del tipo peligroso. De aquel que cierra las puertas del diálogo y que no ve más allá que el aplastamiento del adversario, convertido ya en enemigo. No importa cuál sea el resultado de esas elecciones, la brecha que abrieron los políticos es ya muy grande. Familias, amistades y relaciones rotas. Ese es el balance dejado por el procés.
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