jueves, 24 de noviembre de 2016

El fin de un nuevo ciclo se acerca

Hay algo de especial en estos vientos, éstos que antes llamábamos vientos de octubre y que ahora los tenemos con todo su esplendor en el mes de noviembre. Para mi representan siempre el fin del año escolar, sea éste universitario, bachillerato o educación básica. Al mismo tiempo, hay algo de mágico y de nostálgico en la época. Por una parte, pone nuestra mirada en las grandes fiestas de navidad y fin de año. Por otra parte, pone nuestro ojos en los logros alcanzados durante el año. 


¿Qué conseguimos este año? Para un estudiante universitario debería de ser motivo de orgullo el haber aprobado todas las asignaturas. Debe ser motivo de satisfacción el sentir que ha realizado su parte: su compromiso personal, con sus padres, con la universidad y con la sociedad. Para la institución llamada universidad también debería de ser motivo de orgullo el ver el éxito alcanzado por los jóvenes que acuden a ella. Al mismo tiempo debe ser motivo de preocupación el ver que muchos no consiguen progresar en sus carreras. Esa preocupación debería motivarla siempre a buscar soluciones que maximicen el rendimiento del estudiante y que eleven sus niveles de aprendizaje.

Con este nuevo fin de ciclo y fin de año, nos preguntamos ¿Ha cumplido nuestra institución su papel de conducir a su juventud al éxito? ¿Han estado a la altura las autoridades? Como profesor me hago esta pregunta recurrente: ¿Lo he hecho bien este año? 

Mucho habrá para reflexionar y mucho por mejorar, no nos cabe duda.

 






viernes, 18 de noviembre de 2016

El NO Colombiano

Durante más de un cuarto de hora compartí con seis personas un reducido espacio de no más de un metro cuadrado. Íbamos literalmente suspendidos en el aire. Nos juntó un funicular. Era el último tramo de Metro Cable, empresa colombiana que gestiona el transporte público mediante un teleférico. Ese tramo conecta el último barrio de los cerros de Medellín con un parque llamado Arví. Ese parque es parte de una gran reserva natural, orgullo de todos los antioqueños. Durante ese corto tiempo, las siete personas que, apelotonadas, levitabamos sobre la naturaleza, creamos unos lazos muy fuertes de empatía. 


Cuatro de ellos eran un grupo familiar. Personas muy entrañables. El padre se llamaba Bernardo y había llegado del campo a la ciudad huyendo de la guerra civil que, durante el período de distensión del presidente Andrés Pastrana, se había recrudecido con virulencia. No pasó mucho tiempo para que, de manera discreta, les preguntase cómo habían votado en el referendum recién pasado. Lo hice de forma separada, mientras hacíamos la cola para anotar nuestros nombres en una lista dispuesta para los que quisieramos una visita guiada alrededor del parque. El padre me dijo que votó al NO. No me dio tiempo de hacer más preguntas pero se notaba que deseaba explicarme sus razones. Luego pregunté a su hija qué había votado y me respondió que votó al SI. Quedé sorprendido. Padre NO, hija SI. 

El paseo por el parque dio tiempo para hablar. Bernardo me explicó que mucho antes que la guerra llegase a Antioquia, él era propietario de una granja de cerdos. Cuando, aprovechando las zonas de libre circulación de guerrilleros o distensión, la guerrilla llegó a su casa y con ello empezó la extorsión. La vida se hizo insufrible. Abandonó su tierra, su hogar, el hogar de sus padres y de los padres de éstos. Cuando llegó el momento de decidir si votaba a favor del acuerdo de paz alcanzado con las FARC le pudo más su odio hacia aquellos que lo habían agredido. 

Nuestra conversación empezó a tocar temas muy sensibles y, a su manera, me pidió no seguir hablando sobre ese tema. Terminamos nuestro recorrido por el parque y decidimos comer la comida que habíamos comprado al inicio de nuestro paseo. La tormenta que nos sobrevino en ese mismo instante hizo que buscáramos refugio en un pequeño techo que había por ahí. Eso ayudó a seguir creando ese ambiente amigable. Pasada la lluvia caminamos hacia la estación de Metro Cable. En un breve instante donde tuve a tiro de pájaro a padre y a hija les pregunté por qué habían votado de manera diferente. El padre se sorprendió. Siempre había creído que su hija había votado como él: NO. La hija nunca quiso contrariar abiertamente a su padre y le hizo creer que votaba como él. Sin embargo, ya no pudo ocultar sus sentimientos hacia el SI.

Ver a un padre descubrir que su hija tiene ideas políticas diferentes fue un poco fuerte. Pero, los latinoamericanos son muy buenos ocultando emociones. De manera muy espontánea aquello se disipó y pareció que tremenda diferencia de ideas era una nimiedad. 

Platicando con un deplorable

Fue quizá una de sus pocas subidas de tono. La histeria colectiva parecía posesionarse de muchos de los seguidores de Donal Trump. El insulto parecía no tener límites. Se arremetía contra la herencia mexicana de un juez, se denigraba a la mujer, se atacaba una de las cosas más laicamente sagradas: la familia de un soldado caído en combate. En general, se había perdido uno de los frenos sociales más importantes: el sentido de la vergüenza. Fue en ese contexto tan tenso que Hillary Clinton llamó deplorables a los seguidores de su adversario.


Esta semana tuve la oportunidad de conocer a un deplorable. No era un redneck, término despectivo por el que se llamaba a los trabajadores agrícolas de raza blanca. Era un ingeniero de telecomunicaciones que, ya jubilado, había trabajado para el proyecto Apolo que puso al primer hombre en la Luna. Este ingeniero hizo su carrera en el ejército americano y su vida gremial la enriqueció con el trabajo voluntario que demanda el instituto de ingenieros en electricidad y electrónica.

Durante la cena, por azares de la vida, nos sentamos uno al lado del otro. El tema del nuevo presidente electo había sido un tema recurrente. No pasó mucho tiempo para que apareciera sobre la mesa. No creo haber estado combativo en la conversación. Todo lo contrario, mantuve mucha curiosidad en saber cómo una persona con tanta educación, tanto roce internacional, se decantaba por alguien como el señor del pelo postizo. Hablamos muchos temas, la OTAN, Japón, Rusia, el estado del bienestar, el presidente Obama y, también, platicamos sobre su muy admirado presidente Reagan. De lo hablado quedó patente su desprecio por los últimos tres presidentes demócratas: Obama, Bill y el señor de la granja de cacahuetes. Por cierto, sobre éste último no recordaba su nombre. Intervine para recordarle que se refería al presidente Jimmy Carter.

La pregunta aún resuena en los oídos de muchos: ¿Cómo fue posible? ¿Cómo los americanos pudieron elegir al señor que presume de agarrar a las mujeres por la vagina? Me respondo diciéndome de una manera simple y directa: mira a tu alrededor, mira los líderes que tienes cerca de tí ¿Son ellos los mejores candidatos? La respuesta es NO.  

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Día de difuntos

Durante casi una década pagué una visita anual al cementerio de Armenia, Sonsonate. Ahí yace enterrada mi tía mercedes, lo más cercano que tuve a una madre. Lo hacía con el ánimo de ver a los vivos, es decir, a mis primos. Aún recuerdo la última vez que acudí al cementerio. Llegué desvelado. La noche anterior me había ido de fiesta y apenas había dormido. A unos diez metros de la humilde tumba de mi tía había una más elegante, ya debidamente limpiada. Mis primos no llegaban y el sueño empezó a apoderarse de mi. Cedí y decidí acostarme sobre aquella tumba que había llamado mi atención. Cogí mi acostumbrada pose de momia egipcia, con las manos entrecruzdas sobre el pecho y me quedé inerte. No sé cuánto dormí. Fueron minutos o fueron horas, no lo sé. Cuando desperté, me asustaron todos los cambios que se me vinieron encima. La luz era muy molesta, pues el sol del medio día estaba ya sobre mi cabeza. Asustaba la aparición de nuevas tumbas que, como efecto de la limpieza que hacían las personas, de repente habían surgido. El ambiente se había vuelto ruidoso debido a los borrachos que ofrecían sus servicios de limpieza. Todo me llegó de golpe. 

Cuando fui capaz de recuperarme giré mi mirada hacia la tumba de mi tía. Ahí estaban mis primos. Esperé un poco para reponerme completamente y me dirigí hacia ellos. Los increpé de por qué no habían ido a despertarme y me respondieron que me habían confundido con uno de los borrachos que andaban por ahí. Ya no puedo recordar de qué hablamos. Supongo serían los temas de siempre, de otros familiares, de amigos del pasado y de las cosas cotidianas de la vida.

Mi viaje al extranjero interrumpió aquella rutina anual. Los años que viví fuera crearon un parentisis que ya no volvió a cerrarse. La memoria de mi tía está y estará siempre conmigo. La llevo en lo más profundo de mi y es, por así decirlo, parte de mi ADN de vida. Mis idas al cementerio eran para mantener el contacto con los que compartí mi niñez. El contacto con los vivos. Ahora tengo un nuevo enfoque de vida. A los vivos mejor hay que verlos en cualquier lugar y no en un cementerio.