No recuerdo ya cuando conocí por primera vez la historia judía del rey David y Betsabé. He hecho un esfuerzo muy grande por recordar detalles de cuando fue que, por primera vez, conocí aquella historia. Quizá pudo haber sido en mi adolescencia cuando durante un par de años llegué a dedicar centenares de horas al auto estudio de la biblia. O quizá en mis clases de inglés donde llegamos a utilizar libros religiosos para aprender ese idioma. No lo sé. No lo recuerdo. Tampoco recuerdo mi reacción inicial. Si recuerdo que en las clases de inglés ya era más crítico con lo que leía.
Aquella historia de abuso de poder, de mentiras, de violación y de crimen se encuentra muy suavizada en la biblia. Su perpetrador el rey David llegó incluso a redimirse con la escritura de un salmo. El salmo 51 es todo una oración al arrepentimiento. Sin embargo, la maldad del rey nunca fue reparada.
El rey David observa a Betsabé mientras se baña.
Hoy, esta mañana me encuentro nuevamente con el relato de esta historia. Esta vez relatada por el periodista y escritor judío Amoz Oz. Su enfoque es diferente. Para este periodista la historia de David y Betsabé es el ejemplo milenario de la tradición judía de no callarse, de romper el silencio, de disentir, de ir con la verdad por delante y de no ser cómplice de la decadencia moral: "(...) en la nación judía siempre ha habido muchos valientes dispuestos a romper el silencio y a luchar para curar la degeneración moral y denunciar las distorsiones sociales y las injusticias."
Según la tradición judía fue el profeta Natán quien denunció y estableció, "el ejemplo por antonomasia de lo que es romper el silencio, y de cómo ensució la fama del rey David, el autor de los salmos, el antepasado del futuro Mesías." Natán no tuvo miedo de llamar a la injusticia por su nombre.
Para Amoz Oz el valor de saber romper el silencio es una de las claves de la supervivencia del pueblo de Israel. Romper el silencio requiere de fortaleza moral y ésta no es un bien meramente decorativo. La fortaleza moral es indispensable para el progreso de una sociedad, pues, de lo contrario su decadencia se hace más inminente. La persona que rompe el silencio de la complicidad hace un trabajo similar al médico "que abre un absceso y extrae el pus, para que no se extienda ni contamine todo el cuerpo."
Sin menospreciar a aquellos que guardan silencio por mantener una supuesta armonía, una sociedad que busque desarrollarse no debe caer en la trampa de la complicidad y la decadencia moral.
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