El día de ayer discutíamos mi mujer y yo un libro que ella recientemente ha empezado a leer y que yo leí hace ya unos tres lustros. Fue una de esas pocas ocasiones donde he podido presumir de haber leído algo que ella no ha leído aún. Llevo ya varios años sin reencontrarme con la disciplina del lector de literatura. El libro era el archipiélago GULAG de Aleksandr Solzhenitsyn. En él se cuenta el sistema carcelario ruso, durante el periodo comunista. El autor se representa como el depositario no solo de su propia experiencia personal sino de muchos, muchísimos, relatos contados por las víctimas. Su primer capítulo lo titula el arresto. En él se recrea describiendo el estado catatónico, la perplejidad extrema, el fogonazo cegador, con el que las víctimas reciben la noticia de su detención. Es un error! Todo se aclarará! exclaman. Sin embargo su suerte estaba echada.
Portada del libro, Archipiélago GULAG.
Solzhenitsyn realiza un análisis introspectivo de la sociedad rusa y de como llegó a alcanzar un estado de resignación, un ambiente general de perdición irremediable. Se impuso la idea de que era imposible cambiar nada. El ciudadano ruso se convirtió en un manso cordero, a merced del poder implacable del estado. Casi todos se comportaron como cobardes, impotentes y desorientados. Confiaban en un desenlace feliz, temerosos, si denunciaban, de comprometer su suerte.
Nuestra discusión nos llevó a realizar un paralelismo con la sociedad salvadoreña, donde en general la gente no se queja, no denuncia, no emplaza al estado y a sus funcionarios. Denunciar no es sencillo. Denunciar no solo es quejarse por los pasillos o en las cafeterías. Denunciar significa un cambio de actitud, pues, la acción de denuncia busca marcar distancia con patrones establecidos de conducta. El denunciante señala actos que la misma sociedad ha calificado como inapropiados. Expuesto a la opinión de la sociedad y a sus instituciones el denunciado debería rectificar su comportamiento. Ese mecanismo de control social se traduciría en una sociedad que evoluciona de una manera adecuada en el camino de resolver sus problemas.
En la sociedad salvadoreña hay un componente que desalienta a los pocos que se atreven a dar el paso de denunciar. Las instituciones del estado. La denuncia debe ser administrada por instituciones fuertes e imparciales, capaces de imponer el sentido común y de administrar correctamente los procesos. Unas instituciones débiles son fácilmente manipulables por el poder. La fragilidad institucional alienta el abuso, la corrupción y la impunidad.
Sin embargo, mientras no existen esas instituciones fuertes se requerirá de personas honorables, valientes y hasta ingenuas que se atrevan a ir contra los patrones corruptos de conductas. Esas personas serán siempre de mi admiración. A ellos les adeudaremos que esta sociedad sea un mejor lugar para vivir y par convivir.