lunes, 15 de enero de 2018

Sobre diodos y sobre la muerte de dos colegas

Hay algo fascinante en la luz que emiten los LED (del inglés, Light Emitting Diode). Estos están hechos de material semiconductor que emiten luz cuando se les aplica la tensión adecuada. La luz emitida es simplemente el producto de la liberación de energía fotónica. Sin importar su edad, son pocos los seres humanos que no se sienten atraídos por el rojo intenso de un LED. En las escuelas y en las universidades aún se enseña a tener respeto por el momento de encender uno de estos dispositivos. Y con razón, para muchos el momento del encendido es casi equiparable al de una epifanía. Para escolares y para universitarios interesados en temas tecnológicos ese primer momento representa el control sobre la naturaleza, la domesticación de la electricidad. El encendido y el apagado con nuestras propias manos representa la reducción, la subyugación a nuestra voluntad de las fuerzas que mueven el mundo.


Es parte de la naturaleza humana el plantearse retos y luchar por conseguirlos. A los que alcanzan las hazañas se les venera, se les tiene como héroes. Se les considera seres humanos excepcionales. En las universidades que hacen honor a su nombre existe una lucha incesante por ir siempre más allá, vivir siempre en la frontera y tratar de extenderla. Cuando se tiene interés por las ciencias y por la técnica es normal soñar con vivir en frontera, explorar los límites de nuestras habilidades. Fue en el marco de esa lucha por conseguir lo que nadie ha conseguido que conocí al "moreno". 

Desde mi perspectiva de estudiante de primeros años, "el moreno" era un estudiante de mito, pues, como en una carrera de obstáculos había sorteado a los profesores más mal intencionados de la carrera de ingeniería eléctrica. Al igual que hoy, en aquellos años había muchas leyendas urbanas, algunas falsas y otras no tanto, sobre profesores que actuaban de mala fe y que reprobaban estudiantes por deporte.  El moreno ya lo había superado todo. Se encontraba en la etapa final de su carrera que le exigía la construcción de una matriz de puntos para un tablero de anuncios. Es decir una matriz de LED, capaz de anunciar cualquier cosa que se le programara.

Ahora esas matrices se les puede ver casi en cualquier sitio. Incluso, los diputados de la Asamblea Legislativa de El Salvador les tienen como adorno en su asiento parlamentario. Pero a principios de la década de 1990 construir un rótulo LED era una tarea muy complicada. Como sucede hoy, trasladarle esa responsabilidad a un estudiante de universidad era casi un acto de irresponsabilidad. Esa temeraria apreciación se fundamenta en el hecho de que para delegar una tarea a un estudiante se le debe de dotar de las herramientas adecuadas y del asesoramiento necesario. Ninguna de aquellas le fue provista a "el moreno". Y sin embargo, le hizo frente al reto. Construir la matriz de puntos le llevó 18 meses. Así, uno de los estudiantes más brillantes de su generación, extendía en dos años su estancia en la universidad, totalizando nueve.

No sé si la generación de "el moreno" es ahora consciente de lo arcaico que es nuestro sistema universitario, donde para obtener un título de ingeniero hay que invertir de media una década en los estudios. Pero de lo que si estoy seguro es que gente como "el moreno" quedaron llenos de orgullo por el trabajo realizado como estudiantes de universidad. Los retos no le amilanaron. Fueron estudiantes de frontera, viviendo al limite de los desconocido. Sufrían de vértigo pero no por ello desistían en su lucha por alcanzar el objetivo. Su tablero LED fue un dispositivo fascinante. Más temprano que tarde su trabajo envejeció y, como sucede con la mayoría del trabajo desarrollado en nuestras universidades, rápidamente pasó a formar parte de la chatarra que circula por los laboratorios de ingeniería eléctrica.

El sábado 13 de enero de 2018 te encontró la muerte. Te encontró a tí y dos personas más, entre ellos otro colega, Saúl. Una gran tragedia. Ambos fueron grandes seres humanos. Descansen en paz.